Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 6:22, 23.
Pablo sintió que los requisitos del Señor deben ser obedecidos y sus juicios evitados. Como él, debemos esforzamos al máximo para tener la corona de la vida, que dará eterno honor a cada vencedor. No debemos contentamos con vivir vidas inútiles.
¿Qué es la humildad? Es ese sentimiento de pecaminosidad e indignidad que nos conduce al arrepentimiento. Necesitamos estar convencidos de la malignidad de una enfermedad antes de sentir la necesidad de ser curados. Aquellos que no captan la pecaminosidad del pecado no están en condiciones de apreciar el valor de la expiación y la necesidad de ser limpiados de todo pecado. El pecador se mide a sí mismo por sí mismo y por aquellos que, como él, son pecadores. No contempla la pureza y la santidad de Cristo. Pero, cuando la ley de Dios impone convicción a su corazón, dice con Pablo: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí”. Romanos 7:9...
Dios creó al hombre para su gloria. No soportará, no puede soportar la presencia del pecado en su dominio. Si en la iglesia hay individuos que están pecando voluntariamente contra Dios, hay que echar mano de todo medio posible para llevarlos al arrepentimiento. Si no se hace esto se deshonra el nombre de Dios. El es demasiado puro para aprobar la iniquidad...
El pecado de Adán podría ser considerado por las iglesias de hoy como un simple error, que debería ser perdonado inmediatamente y no pensarse más en él. Pero la norma de Dios es elevada y su Palabra inmutable, y por eso todas las prácticas egoístas y codiciosas son una abominación ante su vista. Los corazones de los creyentes necesitan ser purificados, santificados, refinados, ennoblecidos...
Miren hacia arriba, mis hermanos. ¿Ha perdido el Evangelio su poder para impresionar los corazones? ¿Es debido a que la influencia regeneradora del Espíritu de Cristo ha muerto, que los corazones no son purificados, santificados y preparados por el Espíritu Santo? No, la espada del Espíritu, la Palabra del Dios viviente, está todavía con nosotros; pero debe ser esgrimida con ahínco. Usémosla como lo hicieron antaño los santos de Dios. Mediante su poder viviente y vivificante se abrirá camino a los corazones...
El Señor nos invita a realizar una reforma en nuestras vidas... Cuando la iglesia despierte se harán cambios decididos. Los hombres y las mujeres se convertirán y estarán de tal manera llenos del Espíritu de Dios que irán de país en país, de ciudad en ciudad, proclamando el mensaje de verdad. Con los corazones rebosando de ferviente amor por las almas abrirán sus Biblias y presentarán la Palabra, el “escrito está”. Dondequiera vayan suscitarán un pueblo que pueda estar en pie en el día del Señor. La sencillez de estos humildes obreros será su fortaleza, porque los ángeles de Dios obran con los que son humildes y obedientes.—Manuscrito 2, del 2 de enero de 1900, “La necesidad de una reforma”.
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